jueves, enero 29, 2009

REVOLUTIONARY ROAD, El futuro ya no es lo que era

Hace ya algún tiempo, Woody Allen me dio una valiosa lección sobre el cine y la vida en Hannah y sus Hermanas cuando hizo que el personaje hipocondríaco y suicida que interpretaba consiguiera superar la angustia vital que le atenazaba con una simple receta: entrar en un cine a disfrutar de los Hermanos Marx en Sopa de Ganso y conseguir así poner sus problemas en perspectiva. Ahora que por razones que no viene al caso enumerar estoy atravesando un momento personal bastante delicado, podría decirse que Sam Mendes ha conseguido algo parecido por medios inversos: la experiencia de ver su desgarradora y amarga Revolutionary Road ha sido tan demoledora que ha conseguido sacarme de la apatía generalizada que hasta la fecha me han provocado todos los estrenos del 2009 y me ha obligado a ponerme delante de la temida hoja en blanco para tratar de transmitir lo que me hizo sentir en la butaca.
Frank y April son los Wheeler, a priori la más viva encarnación del sueño americano: son guapos, jóvenes y desahogados, se quieren, tienen una bonita casa en los suburbios y mientras Frank viaja cada día a la ciudad para hacer un trabajo que no le gusta en una empresa en la que ya trabajó su padre y que desprecia, April, que una vez soñó con ser actriz, cuida la casa y de los dos niños del matrimonio. Están convencidos, como todos, de que son especiales, de que se merecen algo más que los aburridos vecinos y sus anodinas vidas, que el futuro que les espera es brillante, que su vida actual no es sino una estación de paso, un necesario tránsito hacia algo indefinible, pero mejor. Y un día, April decide que ya es hora de tomar el toro por los cuernos, liarse la manta a la cabeza y perseguir esa vida mejor. Pero la vida, según a que alturas, no se deja coger tan fácilmente: de hecho, puede revolverse y llevárselo todo por delante, arrasar con el simple adocenamiento, la repetición, el conformismo, el conservadurismo, el miedo. Y de repente un día te levantas y puede que caigas en la cuenta de algo que posiblemente en el fondo siempre has sabido: no eres especial, sino como todos los demás. Ésta es tu vida y no te queda otra que aguantar con ella. O no.Si en American Beauty Sam Mendes ya había conseguido un punzante retrato de los sinsabores y las amarguras de la vida en los suburbios poniendo en imágenes un brillante guión de Alan Ball que utilizaba de forma sabia la ironía y el cinismo exacerbado como válvula de escape ante el amargo cuadro que pintaba, la vuelta de tuerca que propone Revolutionary Road es de una dureza difícilmente soportable: Mendes retrata el reverso tenebroso de los sueños, es decir, la forma en la que la introducción de los mismos en unas vidas normales puede provocar la desdicha más absoluta.Como si de un viaje a ninguna parte se tratara, Mendes describe la crónica de un fracaso anunciado a través de dos esplendidos personajes a los que insuflan vida y una impresionante credibilidad dos magníficos actores, Leonardo Di Caprio y Kate Winslet que despliegan una química innegable. Y uno no puede sino conmoverse con ese Frank temeroso, inseguro, débil y humano, aprisionado entre hacer lo habitual, aquello para lo que ha sido educado y dejarse llevar por los deseos de su esposa. Y, de la misma forma, tampoco podemos evitar el comprender a April y apiadarnos de su desolador personaje porque su lucidez al comprender la trampa que para ambos es su matrimonio conlleva la dolorosa certidumbre de un fracaso inevitable, de una condena irreparable.Resulta un apunte sumamente interesante en una película estructurada casi por completo alrededor de los dos personajes principales el contrapunto que suponen aquellos que rodean a los Wheeler: mientras que tanto la pareja de amigos como los compañeros de Frank reaccionan a su plan con incredulidad cuando no abierta desaprobación – en algunos casos porque reconocer la viabilidad y la necesidad del vendría a ser lo mismo que reconocer el fracaso de sus propias existencias cuando se encuentran cómodos en ellas – solo cuentan con el apoyo de John Givings (esplendido Michael Shannon), un tipo que entiende por completo la necesidad de huir de ese “irremediable vacío”... pero que por desgracia sufre un trastorno mental que le ha mantenido ingresado en un centro y sometido a diversos tratamientos de electroshock con lo que por muy razonables que suenen sus argumentos, uno no puede sino cuestionarse los mismos. Resulta estremecedora su presencia en pantalla, verbalizando con impúdica incorrección lo que pasa por la mente tanto de Frank y April como por la del espectador y desatando en cierta forma con su contundencia los acontecimientos finales.El futuro ya no es lo que era. Revolutionary Road es una devastadora crónica de la destrucción de las ilusiones cuando se contraponen a la comodidad de una vida marcada por la resignación a conformarse con lo que uno tiene. Y cuando uno asiste despavorido al último plano de la película, de una crueldad inaudita como corolario final a la pesimista y amarga visión de la existencia que acabamos de presenciar, siente un escalofrío al pensar que lo que acaba de ver en la pantalla es algo que puede pasarte en cualquier momento, que ninguno estamos a salvo de vernos atrapados en una existencia que no nos llena y que en la persecución de esa vida mejor que creemos que nos espera en alguna parte bien podemos encontrarnos con la dolorosa certeza de que no hay nada más que lo que uno vive en cada momento. Y puede que no sepamos asumirlo.Quizás precisamente como un método de enfrentarse a eso he decidido hoy de una vez por todas romper con este desolado comienzo del 2009 y volver a escribir. Espero sinceramente encontrar la forma de darle continuidad.